SHOT. SHOT. SHOT.
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La maternidad perfecta no existe y tampoco la maternidad única. No hay regla universal. Y es que no todas las experiencias son iguales. Es como sumergirse en un océano lleno de distintas especies marinas. Son tantas, tan diferentes, que no sabes que pez te va a tocar estando ahí.
Conforme fueron pasando mis días como mamá me daba cuenta que no todo es tan fácil como decir que a mi hijo le apagaré la luz y se quedará dormido sin chistar en su propia cuna y por toda la noche. Tal vez dentro de todo este inmenso océano a alguna mamita le habrá tocado tan preciado tesoro, pero en definitiva ese no fue mi caso y no tenía un plan B. La primera noche con bebé fue genial, todo conforme la regla, pero la noche siguiente algo paso. Picolita no paraba de llorar, yo aseguraba desde el fondo de mi equivocado instinto materno (porque, si, no todas lo tenemos) que eran cólicos. El pequeño pedazo de carnita moviéndose, más bien, retorciéndose como pidiendo ayuda por el dolor; o al menos eso era lo que yo veía con mis ojos de madre. ¿Cómo no preocuparme y querer salir corriendo al hospital?. Después de buscar en san google y trás analizar varias opciones, le pusimos música de Mozart para dormir, la acostamos en cama con nosotros y los 3 dormimos unas 3 horas más.
Si dije antes que no tenía un plan B fue porque jamás me imaginé que un bebé tan pequeño viniera ya con todo y su propia lista de peticiones. Yo decía: “No haré esto con mi hija. No le daré aquello para que se calme. Tiene que obedecer a la primera. Va a dormir toda la noche desde que nazca…”, y la lista podría seguir. ¿Qué más hacer cuando las cosas se salen un poco de control y no te queda de otra más que darte un momento de paz y ceder, bajar los brazos para tranquilidad de todos?. Como esa vez que no dude en darle el iPad para que no llorará de camino a casa mientras yo conducía; o aquella otra ocasión en la que la dejé comer paleta antes de la comida porque yo estaba tan atareada con el quehacer de la casa y estresada por terminar todo a tiempo que no quería más drama. Y me sentía tan mal, en primera porque no estaba cumpliendo mis promesas, esas que fielmente iba a seguir al pie de la letra. En segunda porque me sentía una terrible mamá barco.
Bien dice el dicho “más rápido cae un hablador que un cojo” y cuanta razón. No me imaginaba que ya siendo mamá eso me pasaría una infinidad de veces y una que otra persona se encargaría de recordármelo. Todo esto me recuerda ese juego adolescente que en mi tierra se llama “yo nunca, nunca…” que básicamente consiste en decir “yo nunca, nunca he hecho (espacio seguido para cosas que en realidad si hayas hecho)” y todos aquellos en el lugar que que también lo hayan hecho toman un shot de la bebida embriagante de su preferencia. Al final pierde quien más borracho termine.
Si ese juego se tratará exclusivamente de cosas de maternidad seguro me daría congestión alcohólica.
- “Yo nunca nunca…olvidaré una muda de ropa”.
- “Yo nunca nunca…le daré Gerber porque sólo comerá cosas naturales”.
- “Yo nunca nunca…le prestare mi cel y mucho menos bajaré juegos de niños en él”.
- “Yo nunca nunca…le daré dulces antes de los 3 años”.
- “Yo nunca nunca…le pondría una caricatura para que me deje hacer mis cosas”.
Me es un poco cómico imaginarme con un grupo de mamás y unos shots en la mano ventilando las veces que nos juramos no hacer algo y lo terminamos haciendo por desesperación, comodidad o porque simplemente te diste cuenta que no era para tanto. Así ya entendía que en boca cerrada no entran moscas y calladitas nos vemos más bonitas. ¡Hasta la próxima!
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